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1. LA LLEGADA OCTUBRE-65


Siempre se ha dicho que el destino de todos los humanos, de todos nosotros, está escrito con letras de oro en el libro imaginario de nuestra existencia, que las vicisitudes que te acompañan a lo largo de toda tu vida son el resultado de pasar lentamente, de deshojar muy despacio, página tras página, capítulo tras capítulo de ese nuestro libro, a mí como a otros muchos que en mi mente están, ese libro me llevó a Sevilla, en ese paradisíaco lugar recaló mi juventud que empezaba a despuntar, ése era el lugar que estaba destinado, escrito en un capítulo, para ir desgranando todas mis energías juveniles, aquellas que tímidamente ya florecían.

Corría Octubre de 1.965, tenía yo catorce años recién cumplidos y toda la vida por delante como vulgarmente se dice, pues acompañado de mi padre y aquella maleta vieja que les usurpé partimos para la capital andaluza, para hacerme un hombre de provecho que también se decía por aquel entonces, destino Universidad Laboral de Sevilla, aquellos Centros que habían inaugurado no hace mucho los Gobiernos de ésa época y que servían según ellos para la promoción técnica de los hijos de los obreros y que en honor a la verdad tenían toda la razón.

Me iba, pobre de mí, hacia lo desconocido y todo por culpa de una beca que había conseguido, así que partimos mi padre y yo hacia Sevilla, recuerdo que esa ciudad me sonaba a mágica, irreal, me encontraba en una nube, el viaje particularmente me pareció eterno, toda una santa noche oyendo el monótono traqueteo de aquel tren que bajaba hacia los pies de España, recuerdo que ya había empezado el curso, yo me presentaba mas tarde debido a un error burocrático en una dirección que al final se pudo subsanar, los demás alumnos ya se habían incorporado hacía unos días, por ello en el oscuro compartimento y oyendo el machacante sonido de aquel maldito tren, sus estridentes chillidos de vez en cuando, una pequeña depresión quería entrar en mí, llegaba tarde, me acababa de despedir de mi madre y hermanos momentos antes, todo eso junto me producía zozobra y una desazón que me comía el estómago, pero también me hacía sentir una ilusión difícil de explicar, porque veía como toneladas de esperanza renacían en mi persona, el futuro se avecinaba, se acercaba a pasos agigantados.

Y como si lo estuviera viendo ahora mismo, recuerdo que estaba amaneciendo cuando nos aproximábamos a Sevilla, yo mirando insistentemente a las empañadas ventanillas para tratar de divisar como era mi nueva tierra, solo recuerdo que había mucha niebla o quizá era la bruma del amanecer, de pronto nos encontramos en la Estación de San Bernardo, también llamada Estación de Cádiz, hoy ya desaparecida, aunque el edificio gracias a Dios existe, toda Sevilla se mostraba ante nosotros, blanca, muy blanca, virgen, inmensamente misteriosa y resplandeciente como siempre, la memoria no me deja recordar si fuimos a casa de unos amigos de mis padres en taxi o en autobús a un barrio humilde de las afueras de Sevilla hoy ya casi en el centro, a la casa de Carmela y José, auténticos sevillanos y también auténticas personas, mas tarde y pasado el tiempo allí en Sevilla, tuve que cambiar la palabra amigos por la de familia, pues amigos ya se quedaba corta, no podría pagarles con decir amigos.

Cuando llegamos se quedaron petrificados, no se lo creían, nosotros allí, no podía ser, la verdad es que no sabían nada, que yo iba a estudiar allí en la Laboral como ellos decían, la alegría les invadía, recuerdo que José (pocas personas habrá en Sevilla que tengan tanta gracia y tanto salero), exclamó al vernos "Me caguen la mare que parió a siete y ocho" exacta frase tal como la dijo en su gracioso acento andaluz de exclamación que siempre he recordado con mucho cariño.

Allí pasamos la mañana, comimos pero a mi me hacía cosquillas el estómago, la barriga y otras partes, por la tarde nos trasladaríamos al Centro, ya no era dueño de mi, se que mi apacible vida hasta entonces iba a cambiar.

José nos acompañó a la Universidad, por la tarde subimos a un autobús en la Plaza de la Pasarela (cuantos viajes haría mas tarde), aquel vehículo rojo nos trasladó a las afueras por la carretera de Utrera, estaba lejos la dichosa Laboral, hoy ya no tanto, hoy ya abraza a Sevilla, yo ya no era el mismo, era otro, un ser con un comezón que me deshacía los intestinos, con una soga que tiraba en mi cuello y me ahogaba, que no me dejaba respirar, con un desasosiego que me hundía, aquello me pareció muy grande, enorme, magnífico, colosal, con tantos campos de deporte con lo que a mí me gustaba el fútbol, me encontraba anonadado, de pronto vi por allí algunos curas, ¿como es que era esto un seminario, no fastidies?, era una falsa alarma, allí solo cumplían la misión de educadores, vaya susto que me habían dado.

Rápidamente nos encaminamos al colegio que tenía asignado a la vista de las credenciales que yo portaba, todo ello por un pasillo larguísimo, lleno de otros Colegios a izquierda y derecha y con bonitos jardines también a ambos lados, por fin llegamos, allí en una placa roja ponía Colegio de San Isidoro-Residencia, aquél era el mío, las pulsaciones a ciento ochenta o quizá el doble, ya no era dueño de mí, acojonado totalmente, rápidamente un amable cura educador se hizo cargo de mí dándome unas pequeñas instrucciones, yo no las oía aunque lo intentaba, estaba totalmente sordo, nos enseñó a grosso modo el Colegio y nos explicó su funcionamiento y normas, con toda su amabilidad, a mí en ese momento me pareció el demonio, tan de negro, con mil botones, con esa cara tan negra, sería por el reflejo del negro de la sotana. De momento me di cuenta de lo peor, de que tenía que despedirme, aquello era demasiado para mí, un visible temblor de mejillas apareció, las lágrimas no estarían muy lejos, casi sin notarlo y como un autómata me despedí de mi padre y de José, los vi alejarse por el lago pasillo y el cura hablándome y yo sin oírle, alguna lágrima pugnaba por salir de aquellos encristalados ojos, noté que el cura me cogía del hombro , ahora si que alguna lágrima se escurría muy lentamente, aquél había pasado a ser mi padre, sería posible, ellos ya habían desaparecido, la soledad me inundaba y aquél hombre venga a impartirme instrucciones, que yo por supuesto ni oía, ni quería, en ese preciso y aunque parezca mentira precioso momento, con aquel cura que es una pena que no recuerde su nombre empezaba mi anónima historia en Sevilla, mi llegada a aquel Centro en octubre del 65 que forjaría mi vida y a la Universidad Laboral de Sevilla que con el tiempo sería al espacio material que mas quiero y añoro en esta vida

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