Mis libros >> Aproximación al Recuerdo >> 33

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33. LOS OJOS DEL DE NEGRO


Todos los días en el comedor e instalados en nuestros respectivos sitios y antes de dar buena cuenta de la comida de las dos, un cura salesiano subido en un pequeño taburete y después de haber repartido la correspondencia diaria, nos soltaba unas breves palabras para comentar algún asuntillo que hubiera que aclarar o darnos algún aviso e inmediatamente después de haber rezado una avemaría creo, nos deseaba el hombre buen apetito y sin mas preámbulos nos poníamos a la faena, pero aquel día que ahora voy a relatar el discurso se alargó mas de la cuenta para mi desgracia, pues casualmente el que suscribe estaba en la mesa de orilla del de negro y yo no se ahora la razón que tenía pero lo cierto es que nos echó una bronca de campeonato a los trescientos y pico que allí nos encontrábamos, todo el colegio, pero casualmente como el tío este tenía la jodía costumbre para hablarnos a todos de que solo miraba a uno, y ese día me tocó a mí, pues la verdad es que me lo hizo pasar muy mal el gachó, el payo esploticando como un energúmeno y yo allí como un pajarillo desplumado, aguantando su mirada inquisidora, sus ojos negros clavados en los míos, sus gestos viles, su bronca asesina, cualquiera que estuviera allí la primera vez habría pensado, "vaya bronca que le está metiendo al chaval ese, la ha tenido que hacer gorda". Hay que joderse la costumbre que tenía el amigo, aun le recuerdo y se me revuelve el estómago, orilla de mí y yo cambiando de color como un camaleón, que malaje el tío, vestido de negro además con la cara de cochinillo resobado y con gafas como casi todos los curas, no me quiero acordar de su nombre, lo prefiero así, por los sinsabores que me hizo pasar aquel mediodía, el tiempo que duró la bronca que a mí me pareció un siglo.

Recuerdo y aunque la bronca no iba conmigo, sino con todos en general, que la comida de aquel día no me alimentó, me había producido un empacho, la madre que lo parió, ya no me puse nunca mas en la mesa contigua donde el de negro hablaba, ya me tomaba las debidas precauciones por si acaso, porque según el refrán, "el perro escaldado del agua caliente huye.

Aún me pasan las imágenes en el recuerdo con toda claridad y nitidez y me dan escalofríos, coño que mal me lo hizo pasar el de negro.

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